16 de enero de 2013

El relato oculto de la ocupación marroquí



Los aviones del Ejército arrojaban sus bombas sobre la población refugiada en el desierto. Otros muchos saharauis fallecieron en fosas convertidas en centros de detención. Los nómadas sufrieron el saqueo de su bien más preciado, los camellos. La feroz represión logró silenciar durante décadas las atrocidades cometidas desde 1975 en nombre del Reino de Marruecos.
Más de mil páginas y 261 testimonios rescatan del silencio las graves violaciones de derechos humanos cometidas por Marruecos desde que ocupó los territorios saharauis en 1975. El médico y doctor en sicología social Carlos M. Beristain recoge en su amplio trabajo de investigación «El oasis de la memoria», presentado en Donostia junto a las activistas saharauis Aminetu Mint Ali UldAhmed [NOTA: Aminatou Haidar, nombre impuesto por el ocupante marroquí] y Algalia Mint Abdalahi Uld Mohamed [NOTA: El Ghalia Dijmi, nombre impuesto por el ocupante marroquí] «la historia de la gente que ha sufrido las consecuencias de la violencia y el impacto de la persecución política cada vez que ha reivindicado de forma pacífica la autodeterminación o cuestionado al poder establecido. Una historia ocultada, de la que no se ha dicho la verdad».
En su introducción, Beristain resalta que «esta no es una historia contra nadie. Es una historia que tiene que ser escuchada y tenida en cuenta para la búsqueda de salidas políticas al conflicto y el respeto a los derechos humanos en el Magreb. También es parte de una memoria colectiva más amplia que aún debe ser investigada, escrita y divulgada».
Los bombardeos indiscriminados de Um Dreiga, Guelta, Amgala o Tifariti, las desapariciones forzadas, las brutales torturas a los detenidos, sin importar su género o edad, los saqueos y la represión generalizada marcaron a sangre y fuego a la sociedad saharaui y, en especial, en las víctimas, cuya voz ha sido deliberadamente ocultada.
«Las bombas mostraron el horror al que estaba dispuesto a llegar Hassan II»
Tras la invasión marroquí del Sáhara desde el norte y de Mauritania desde el sur entre finales de octubre de 1975 y febrero de 1976, una buena parte de la población que vivía en centros urbanos como El Aaiún, Dajla o Smara huyó hacia el desierto en condiciones precarias, en muchos casos con lo puesto y a pie. El éxodo se fue dando conforme se expandía la invasión, sin una planificación previa. La experiencia nómada saharaui y el conocimiento del terreno llevaron a buscar la protección en los lugares menos accesibles del desierto, donde fueron instalando campamentos con carácter totalmente provisional. Uno de ellos fue el de Um Dreiga, bombardeado en febrero de 1976 y del que no quedó nada tras el ataque aéreo.
«Era un día tranquilo y soleado. Cuando me toqué, tenía sangre. Vi el avión que estaba muy cerca, la gente corría, nadie estaba preparado para esto. Mi madre me cogió y encontramos a una vecina que arrastraba a su madre embarazada y en el árbol del que se agarraba había fuego. Ella pedía a mi madre que le ayudara a arrastrar a su madre...», recuerda Jadiyetu Daha Zein Couri.
La mayor parte de la población desplazada eran mujeres, muchas de ellas embarazadas, niños y ancianos. Apenas había hombres.
Pese a estar claramente señalizado con los símbolos de la Media Luna Roja, la aviación atacó el dispensario médico, donde en ese momento había varias personas, entre ellas la enfermera Chaia Abeidala Ahmed Zein, que estaba a punto de dar a luz y cuyo cuerpo quedó decapitado. Todo quedó pulverizado, hasta las jeringuillas. Testigos afirman que las mutilaciones de cuerpos fueron masivas en la zona donde cayeron las bombas. Por el nivel de destrucción y el tipo de heridas de los supervivientes, se estima que Marruecos utilizó armamento prohibido como fósforo blanco y napalm. Este bombardeo, junto al de Guelta, Amgala y Tifariti, acabó con la posibilidad de volver a sus lugares de origen. «Las bombas dieron la dimensión del horror al que estaba dispuesto a llegar el régimen de Hassan II», remarca el informe.
Pillaje y ataques sistemáticos contra los «Hombres del desierto»
Los actos de pillaje y los ataques a los nómadas constituyeron otra forma de represión que acabó con el nomadismo durante al menos dos décadas. La quema de jaimas, el robo de ganado y la matanza de camellos, el bien más preciado para los saharauis, fue una práctica habitual. Para el Ejército marroquí, todos los saharauis que estaban en el desierto eran simpatizantes del Frente Polisario y sus reses eran consideradas como una fuente de aprovisionamiento o alimentación para la resistencia. Los operativos de rastreo, pillaje y desplazamiento forzado tuvieron un enorme impacto en la vida de los nómadas; suponían un atentado a su cultura y forma de vida tradicional. «El objetivo era llevarnos a la ciudad y acorralarnos allí para que no nos moviéramos y no tuviéramos motivos para ir al desierto. Esto es lo que nos explicaron altos mandos marroquíes años después», señala Bchirna Learousi. Su familia tenía 228 camellos y 150 cabras. A principios de 1976, las fuerzas militares interceptaron el campamento donde estaban, a unos 35 kilómetros de Smara. «Estaban conmigo mi hermano y mi madre. También vecinos. Nos ataron y nos metieron en camiones militares. Eran tres batallones, todo un regimiento. A los camellos les dispararon delante de nosotros. Metieron las cabras en los camiones y a lo largo del trayecto no hacían más que festejar», recuerda Learousi.
Tras su puesta en libertad un mes y medio después -durante el cual fue torturado-, pidió una audiencia con el gobernador de Smara para intentar recuperar su ganado. Solo recibió amenazas. Desde el 21 de febrero de 1978 hasta el 27 de diciembre de 2008, escribió 221 cartas a diferentes instancias del Estado marroquí, incluidos el difunto rey Hassan II y el actual, Mohamed VI. Nadie ha respondido a sus reclamos
La brutalidad de las fosas de Lemsayed y las desapariciones
Las desapariciones forzadas constituyeron el modus operandi fundamental de la represión, junto a los bombardeos, el desplazamiento y pillaje. Entre 1975 y 1993, se reportaron 800, aunque otras muchas ni siquiera se han denunciado. De ellas, cerca del 80% se produjeron en los dos primeros años de la invasión. El perfil de las víctimas era muy variado, incluía a hombres, mujeres e, incluso, a niños de los más diversos sectores sociales. Además de los 487 detenidos desaparecidos «temporales» que fueron liberados en diferentes épocas tras haber pasado entre 1 y 16 años en centros clandestinos de detención, todavía permanecen desaparecidas 351 personas. La tortura y los abusos sexuales fueron una constante en estos centros, en los que se buscaba la degradación y aniquilación de la persona y sus convicciones.
Uno ellos fueron las fosas de Lemsayed, en las que se cometieron todo tipo de tropelías. Una de las fosas estaba destinada a interrogar y torturar a los detenidos, desnudados y puestos contra la pared de la fosa, mientras que a la otra llevaban a los moribundos o a quienes iban a ejecutar.
El testimonio de El Batal Lahhib da muestra de la crueldad que allí se vivió. «... Estábamos atados con las manos atrás. Estando allí, cada hora, venían más de diez militares y se pasaban el rato tirándonos piedras. Estábamos allí nueve personas. Estábamos desnudos, entre nuestras orinas, heces... Cuando acababan de tirar piedras, se ponían a un lado de la fosa y si alguien se movía, volvían a tirarle piedras», relata.
«Aquel Mohamed estaba fuerte y le tiraban piedras más grandes. Estaba moribundo. Cuando se le rompió la atadura, me agarró la mano, porque estaba a mi lado. Me estuvo agarrando hasta que murió al día siguiente (...)», recuerda.
Del miedo y el silencio, al resurgir de las protestas con la intifada de 2005
«A raíz de la Intifada de 2005 es cuando la gente ve en la calle cómo han torturado a las mujeres. Cuando la gente vio cómo los marroquíes les rompían los vestidos y los maltratos hacia las mujeres, comenzaron a creer que los musulmanes podían hacer eso. Ahora, la gente sabe de lo que son capaces los marroquíes. Cuando nosotros fuimos liberados en 1991, nadie vino a vernos ni a hablar con nosotros, nadie se enteró de que hubo mujeres que estuvieron desaparecidas 16 años. Si esto hubiese pasado en otro país, la comunidad internacional se hubiese movido para buscar la realidad de este fenómeno que es un crimen contra la humanidad», destaca El Ghalia Djimi.
2005 marcó un punto de inflexión en las movilizaciones pacíficas y sentadas que venían realizando reclamando un referéndum de independencia y en la ruptura del aislamiento internacional. A las manifestaciones y sentadas organizadas por activistas reclamando la verdad sobre los desaparecidos y la libertad de los presos políticos, se unieron el uso masivo de internet, cierta apertura del régimen marroquí con la puesta en marcha de la Instancia de Equidad y Reconciliación, la organización de los defensores de derechos humanos o el rechazo al plan de autonomía propuesto por Marruecos en las negociaciones con el Frente Polisario.
Aunque aquellas movilizaciones inauguraron un nuevo ciclo de violencia, los entrevistados en el informe coinciden en que, pese al miedo, se convirtieron en una ola imparable.
Gdeim Izik, otra experiencia de lucha por los derechos reprimida
El 10 de octubre de 2010, entre 40 y 70 saharauis montaron varias jaimas a las afueras del El Aaiún en protesta por las condiciones económicas y sociales. Aquella experiencia a favor del derecho a la vivienda, al trabajo o a gozar de los recursos naturales del Sáhara fue abortada por las fuerzas de seguridad marroquíes el 8 de noviembre de ese año.
Desde sus inicios, Marruecos impuso un férreo control en los accesos. Ya en la primera semana, las Fuerzas Armadas rodearon el campamento en su totalidad. También hubo sobrevuelo de helicópteros y las autoridades comenzaron a construir varios muros de arena alrededor del campamento, con fuerte presencia militar. Las comunicaciones por telefonía móvil fueron intervenidas. El 24 de octubre, la Gendarmería Real abrió fuego contra un grupo de jóvenes saharauis que se desplazaban en coche. Según los testimonios, intentó romper el cerco saltando sobre uno de los muros de arena, momento en el cual las fuerzas marroquíes abrieron fuego matando a Elgarhi Najem, de 14 años.
Lo ocurrido supuso el bloqueo del proceso de diálogo y que Rabat prohibiera el acceso a Gdeim Izik a los periodistas extranjeros acreditados en Marruecos. La intervención marroquí se dio con vehículos y a pie. Testigos aseguran que emplearon gases lacrimógenos, lanzaron piedras y agua caliente a propulsión, quemaron jaimas y destruyeron enseres. Los saharauis, especialmente los jóvenes, respondieron a la agresión con los objetos que tenían a su alcance.
En este contexto, se produjeron razzias contra domicilios de saharauis por parte de grupos de civiles marroquíes con apoyo de la Policía y un nueva oleada de detenciones.
Pese a su trágico desenlace, Yaddassi Mohameddou señala que «el campamento de Gdeim Izik fue dulce, una luz para los saharauis, una unión que eliminó el tribalismo y renació la amistad y el hermanamiento».


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