16 de enero de 2013

Marruecos y la Marcha Gris


El 6 de noviembre de 1975 Marruecos inició una maniobra demográfico-militar que impresionó a la opinión pública internacional: La Marcha Verde. Más de 300.000 civiles y alrededor de 25.000 militares marroquíes se situaron a las puertas de la provincia española número 53 dispuestos a emprender su ocupación. Durante unos días, el paralelo 27º 40’ centró las miradas de todo el mundo, bullía con cientos de miles de civiles lanzados a ocupar un territorio que nunca fue suyo. Hoy, la Marcha de los colonos marroquíes es Gris. Gris de cemento, gris de bloque de hormigón, gris de polvo y pobreza.

Dajla, antigua Villa Cisneros, 8 de septiembre de 2012.- En ajedrez, una apertura sólida puede consolidar una posición ventajosa para toda la partida. Así sucede con la variante Winawer de la Defensa Francesa: mientras las negras ejercen gran presión en los peones centrales, las blancas intentan un prematuro ataque que, en ocasiones, es rechazado por el monarca negro enrocándose. Esto es, quizá, la simplificación extrema de lo que sucedió en 1975 en el Sahara Occidental.
Hassan II, rey absoluto de Marruecos, emprendió la Marcha Verde sobre el Sahara Occidental para, colocando estratégicamente sus peones, lograr mediante una ocupación civil, el control de dos negocios altamente lucrativos: la minería y la pesca.
Su artificial justificación jurídica ha obligado durante estos 37 años a sostener la ocupación con otras estrategias, como el miedo y la represión en el interior del territorio, o el chantaje político y económico en el escenario internacional. Una de las más perversas se puede ver con claridad en Dajla, la antigua Villa Cisneros: miles de casas de hormigón gris construidas por el Majzén (así es llamado el Estado Marroquí) para alojar a decenas de miles de colonos, que son trasladados allí y animados a reproducirse en un grado exponencial. Un maquiavélico ‘plan B’ para minimizar el peso saharaui si el Frente Polisario, al final, logra que se convoque un Referéndum.
Carlos Ruiz Miguel, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago de Compostela, recuerda que “aunque Hassan dijo que la idea se le ocurrió en un sueño tres semanas antes, lo cierto es que la Marcha Verde fue ideada por el realista Kissinger y financiada por la wahabita monarquía saudí”. Cabe recordar que la Marcha Verde arranca exactamente el mismo día que el Tribunal Internacional de Justicia rechazó las pretensiones de Rabat y negó que el Sahara tuviera que ser devuelto a Marruecos, porque “nunca ejerció soberanía, ni cosoberanía, ni ningún otro derecho de tipo territorial".
En realidad, sólo fue una maniobra mediática, puesto que únicamente permanecieron un 10% de los integrantes de la Marcha Verde en los edificios vacíos que habían dejado atrás los españoles al emprender la Operación Golondrina. Pero esa pantalla fue un éxito. Aprovechando la confusión política en España por la agonía del dictador Francisco Franco, se rubricaron los Acuerdos Tripartitos de Madrid. Según éstos, España, Marruecos y Mauritania compartirían la administración (que no la soberanía) del Sahara Occidental. Esta declaración, cuya validez jurídica está muy cuestionada por la ONU, es la Pica de Flandes que Marruecos consiguió clavar en un territorio apetecible por su abundancia en recursos naturales.
La invasión de Villa Cisneros
La ciudad de Dajla, que la mayoría de españoles recuerdan como Villa Cisneros, se asienta sobre la estrecha península de Wad Ad-Dahab o Río de Oro.
Los primeros colonos marroquíes hicieron asentamientos chabolistas, con condiciones de vida muy precarias. Las explanadas de la ciudad se llenaron de construcciones hechas con mantas y cartón. Sin embargo, el gobierno marroquí, siguiendo una de las indicaciones del Plan Baker II, por la cual cualquier persona, tras 5 años viviendo en el Sahara podría votar en el referéndum, ha apostado por construir asentamientos más estables. El periodista español Tomás Bárbulo explica en su libro “La historia prohibida del Sahara español” que “durante la última década (años 90) Rabat ha inyectado en el territorio un contingente de 400.000 colonos procedentes de las zonas más deprimidas de Marruecos”.
En el barrio de Vakala, el de los colonos más radicales, se puede comprender con facilidad el plan de Marruecos. “Es caro mantener una estructura así, pero los colonos tienen una misión: traer una nueva generación”, comenta un saharaui residente en Dajla. “Van a hacer lo imposible para bloquear el referéndum, pero si se hace, los marroquíes tendrán fuerza demográfica suficiente para influir en el resultado”, denuncia.
Es una mañana de reparto. Los militares, encaramados a camiones repletos de sacos, distribuyen todo lo que necesita una familia de colonos para sobrevivir: agua, gas, fruta, carne, harina, azúcar… La ayuda en especie se completa con un subsidio económico por parte del estado marroquí. Cuantos más miembros tenga la familia, mayor es la cantidad.
Lo que no se consume se vende por la tarde en el mercado negro, con precios más bajos que los de las tiendas del centro de la ciudad como reclamo. De este modo, las familias de colonos obtienen un ingreso extra para su exigua economía familiar. La altísima natalidad se puede comprobar con el número de colegios. Por cada manzana gris emerge una isla de colores vivos: el colegio.
“La primera impresión, cuando te vas acercando, es como si te dirigieses a una colmena: montones de casitas una junto a otra, sin embargo, visitado el perímetro te das cuenta de que hay muchas, pero no tantas como para la gran cantidad de colegios nuevos que están construyendo”. Así describe este barrio Magdalena Such, que ha visitado la ciudad este mes de septiembre. Esta abogada alicantina viajó delegada por el Consejo General de la Abogacía, junto con su colega zaragozano Luis Mangrané, como observadores para el juicio de dieciséis jóvenes detenidos tras los sucesos de Dajla, que tuvieron lugar en septiembre de 2011.
Mangrané destaca la continuidad de núcleos chabolistas, en este caso de pescadores marroquíes: “Las chabolas de los pescadores del poblado de Lassarga (al sur de la península de Dajla) recuerdan a las que había en El Aaiun hace unos años, en ellas se hacinaron durante años cientos de familias en condiciones miserables y un día desaparecieron al ser trasladadas a uno de los nuevos barrios construidos por Marruecos para ser entregados a los colonos”.
“Marruecos intentará integrar a todos los colonos en un futuro censo que pueda hacerse para así asegurar el resultado del referéndum –alerta Such-, pero eso, de momento, no es lo peor, viven aparte, en un gueto sin integrar y, en cualquier momento, como ya hemos visto, salen en bloque a aniquilar a los saharauis. Y son tantos que pueden conseguirlo”.
Los sucesos de Dajla
Un español y saharaui de nacimiento, cuya nacionalidad se perdió en medio de la guerra como la de muchos de sus compatriotas, explica lo sucedido hace justo un año, aunque es preferible mantener su identidad en el anonimato, por su propia seguridad: “Se estaba jugando un partido entre el Mouloudia (equipo saharaui local) y el Chabab de Mohamedia, de la zona de Casablanca, en un campo en el barrio de los colonos. Éstos atacaban verbalmente a los jugadores, hasta que, de repente, el comisario se llevó a uno de los futbolistas saharauis. Llamaron a la policía, pero esta se puso de parte de los colonos. De puertas afuera se vendió como una riña entre hinchas, pero aquí sabemos bien que ese enfrentamiento inició tres días de terror. Murieron siete personas, unos marroquíes en un accidente de coche, tras robarlo a un saharaui, y dos militares. Uno de ellos por una bala de fuego amigo y otro, simplemente se suicidó, no podía soportar lo que estaba viendo.. Los colonos atraparon a Maichan Mohamed Lamin Lhabib, de 28 años, lo asesinaron, pero primero lo torturaron. Iban a sus casas a por cuchillos de cocina y lo apuñalaban en los ojos, fue horrible. Otro saharaui continúa desaparecido desde entonces”.
En esas tres noches de batalla campal, el teléfono de este saharaui no paró de sonar. “Quemaron un colegio, negocios y casas, muchas en el barrio de Selam, con gente saharaui dentro, me llamaban para que fuera a buscar a las familias y las llevara a un lugar seguro”. En su viejo automóvil recorrió frenéticamente arriba y abajo toda la ciudad, alejando a muchas personas del núcleo del conflicto. “Si el coche se hubiera estropeado, sería hombre muerto”, confiesa hoy. “Nunca imaginé tanto odio, esos días se demostró que marroquíes y saharauis no pueden vivir juntos”.
“Muchas veces tenemos que venir aquí a buscar a los jóvenes”, comenta este saharaui señalando al vertedero junto al barrio de Vakala. Mientras un puñado de cabras y burros rumian basura, entre fogatas malolientes, él explica cómo “es una práctica habitual que la policía, tras detener y apalear a jóvenes saharauis o activistas, los lance al vertedero”. En otras ciudades como El Aaiún tienen otras costumbres, como partirles las piernas y dejarlos en medio del desierto, a 20 kilómetros de la ciudad o incluso inyectarles alguna sustancia que los deja inconscientes.
Magdalena Such evoca los sucesos de Dajla con un escalofrío: “Los colonos se han acostumbrado a vivir de la sopa boba que le ofrece todas las mañanas el ejército, por lo que nunca morderán la mano que les da de comer y que se sienten respaldados por el sistema, y, por lo tanto, inmunes. Es aterrador”.
Sin embargo, no son pocas las voces que recuerdan que las maniobras de colonización están prohibidas desde el 12 de agosto de 1949. En un contexto descolonizador, el último párrafo del IV Convenio de Ginebra, relativo a la protección de vida a las personas civiles en tiempo de guerra prevenía acerca de estas agresiones: “La Potencia ocupante no podrá efectuar la evacuación o el traslado de una parte de la propia población civil al territorio por ella ocupado”. “El Sahara –señala Magda Such- es un territorio con una doble naturaleza jurídica internacional: territorio no autónomo y ocupado militarmente, por lo que está sometido a los parámetros jurídicos del Derecho Internacional Humanitario”.
La mayor parte de los nuevos colonos no tiene empleo. Fueron traídos del norte de Maruecos, del campo, de la región del Atlas, con la promesa de una vida mejor. Los que si trabajan, lo hacen cuidando jardines o recogiendo basura, pero sobre todo en la pesca. Es un oficio cada día más vetado a los saharauis. Mohammed El Beickham pertenece a una Asociación de Pescadores saharauis y desde que denunció capturas excesivas cuando trabajaba en el barco ruso Balandis no le han permitido volver a trabajar. “Los trabajadores saharauis representan tan sólo un 3% del total que faenan en esta aguas, es parte de la estrategia de ocupación para que el saharaui no sea útil, no pueda producir o encontrar empleo más que en el entorno familiar. A veces te obligan, indirectamente, al destierro”.
En cuanto a los invernaderos, se reservan a las mujeres marroquíes. Ellas trabajan y viven en las plantaciones y apenas pisan la ciudad, en su día libre son trasladadas en buses y camiones. Los autobuses blancos se cruzan con los camiones cisterna llenos de sardinas. Pese a que muchos llevan el rótulo “British Sugar”, el apestoso olor que desprenden al ir liberando agua sucia los delata.
Difuminando la identidad cultural saharaui
Algo desconcertante es la abundancia de melfas en los Territorios Ocupados del Sahara Occidental, incluso en los barrios de los colonos, puesto que se trata de la túnica que visten las mujeres saharauis mayoritariamente. Una prenda de una pieza, bastante práctica para vivir en el desierto y de colores muy vistosos. Sin embargo, esta ropa cargada de simbolismo cada vez es más utilizada por las marroquíes de Dajla. “Sirve para ocultar la identidad –explica un saharaui-, pero nosotros las distinguimos perfectamente, puesto que ellas la llevan sin estilo, con vaqueros o pantalón de pijama debajo”.
Dajla es una ciudad portuaria en la que la proporción de población femenina respecto a la masculina es muy pequeña. El fenómeno de la prostitución está muy extendido ahora, al igual que lo estuvo durante la época en la que fue colonia española, así lo recoge el periodista Tomás Bárbulo en uno de sus libros.
Cabe destacar un comentario anecdótico, pero muy representativo de la importancia de la cuestión identitaria para este pueblo. El activista de derechos humanos Hmad Hmad estaba reprendiendo a un compañero por vestir una chilaba marroquí, en lugar de ropa occidental o la típica darrah saharaui (túnica blanca o azul con bordados marrones): “Y ahora qué vas a hacer ¿vas a montar en burro en lugar de en camello?”.
También se atacan las costumbres: tras el campamento de Gdeim Izik, primera acampada indignada y germen de la Primavera Árabe, tal y como defiende Noam Chomsky, las autoridades marroquíes prohibieron cualquier tipo de jaima saharaui. Esto ha afectado a la celebración de las bodas. Antes, los matrimonios se celebraban en grandes carpas instaladas en un cruce de calles durante tres días. Ahora, la fiesta no puede durar más de unas horas y debe ser, exclusivamente, durante el día.
La herencia española es muy importante para el pueblo saharaui, porque es la prueba palpable de un proceso de descolonización incompleto. Recuerda que España nunca renunció a la administración y la soberanía sobre el Sahara Occidental y que debería cederla al organismo de las Naciones Unidas responsable de las descolonizaciones pendientes para la celebración de un referéndum de autodeterminación. Muchos de ellos pueden recitar de memoria su número de DNI español. Este es el caso del llamado Nelson Mandela saharaui, Mohammed Siddi Dadach, preso de conciencia durante 25 años. “A-1742743”, dice de carrerilla.
Mientras, en la antigua Villa Cisneros, quedan para el recuerdo alcantarillas ‘made in Spain’ o ascensores fabricados en Barcelona, pero hay una silueta que es la mayor prueba visible de la presencia española: la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. El encargado de cuidarla es una persona que se ha autoimpuesto como misión atesorar las huellas del patrimonio español: Mohammed Fadel, alias Bouh. Es saharaui y también musulmán, pero para él la importancia de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen va más allá de la fe.
“Cuando Marruecos derruyó el Fuerte, intentaron hacer lo mismo con la iglesia, pero los saharauis nos opusimos rodeándola y conseguimos evitarlo”. Desde partituras con canciones españolas hasta antiguos mapas que recogen toda la toponimia del Sahara español, Bouh protege con pasión todas estas huellas de la historia viva de su pueblo.
Aunque va en silla de ruedas, es un auténtico centauro del desierto, mitad hombre, mitad coche. Con su querido Mercedes 250 automático (“son mis pies”, asegura) va y viene hasta la sede de su asociación, una entidad que ayuda a niños con discapacidad motora “ya sean saharauis o marroquíes”, recalca.
Recientemente, Bouh fue víctima de la violencia ejercida por la policía marroquí, que lo arrojó al suelo en la puerta de la iglesia cuando acudió a protegerla.
El estado Marroquí amenaza al pueblo saharaui con todo el espectro del miedo. Aunque Bouh asegura que “desde la llegada de Internet ya no tenemos miedo, ya no estamos aislados”. La violencia brutal genera miedo, un terror explosivo, pero existen otros temores, menos inmediatos, pero que pueden cambiar el curso de la historia silenciosamente. Es el caso de la estrategia de colonización, el intento de eliminar la identidad del Pueblo Saharaui.
En ajedrez hay una regla llamada “La coronación del peón”, por la cual, cuando una de estas fichas alcanza la octava casilla, es decir, el corazón del territorio enemigo, automáticamente se convierte en una dama, la pieza más versátil y, por ende, adquiere un rango superior.
Por suerte, en el caso del Sahara Occidental, las normas no reconocen ese privilegio. El Majzén ha trasladado a sus colonos, ha movido sus fichas y se ha adueñado de gran parte del tablero. Pero, por el momento, las reglas del juego, es decir, la legalidad internacional, no está de su parte. Eso sí, han logrado lo imposible: mutar el color de las piezas y que, desde arriba, no se vea un damero de blancas y negras, sólo gris.

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